Priorato de San Frutos: Culto y Tradición
Cuenta una arcana tradición, que cuando la imagen del santo pase la última hoja del libro de piedra que sostiene en sus manos, el mundo llegará a su fin. Se trata del Libro de la Vida, cuyas hojas pasa el santo -siempre según la tradición popular- a razón de una cada medianoche del 24 de octubre, víspera de su festividad.
Quien haya paseado por lo que durante siglos ha sido denominado -probablemente con toda justicia- como el desierto del Duratón, habrá apreciado no sólo su singular y agreste belleza, sino también -y he aquí el sentido de la presente entrada- que sus pies caminan por un lugar especial; un lugar influido, sin duda, por arcanas y legendarias tradiciones, cuya raíz se pierde en la noche de los tiempos.Con toda probabilidad, la tradición más notable y desconcertante a un tiempo, aquélla que anualmente atrae cada 25 de octubre a cientos de visitantes -tanto da, creyentes como curiosos- no es otra que la de pasar tres veces la piedra de forma cúbica que, a modo de pequeño e inhiesto menhir -dicho sea metafóricamente- se localiza en la capilla lateral, debajo del retablo que contiene la imagen de este venerado y santo Patrón.
De similar manera a como ocurre en la vecina provincia de Soria -así como en numerosos lugares de la geografía peninsular- con la llamada losa o piedra de la salud de la ermita de San Bartolomé, en el Cañón del Río Lobos, la piedra de San Frutos -por denominarla de alguna manera- evidencia unas creencias sanatoriales, muy arraigadas entre el pueblo.
El Priorato, levantado en el año 1100 por orden del abad de Silos -siendo el Magister Muri, un tal Dom Michael, cuya imagen algunos identifican con la figura que sostiene un báculo y un libro abierto, que se puede ver en uno de los capiteles de la nave- como consta en la lápida fundacional conservada bajo reja en el ábside, muy cerca del altar, aún guarda, a pesar del deterioro ocasionado por el inefable paso del tiempo y el terrible efecto de la desamortización de Mendizábal, numerosos secretos, entre ellos, claro está, el incierto origen de ésta tradición, y un no menos incierto origen de la piedra que la genera.
Afirma Víctor Alonso (1) que según la tradición dando tres vueltas a la piedra, haciéndolo con auténtica Fe y devoción, por supuesto el peticionario no ha de estar en pecado -cosa difícil hoy en día, el apóstrofe es mío, y lo hago con todo el respeto- y rezando varios padrenuestros con humildad y recogimiento, San Frutos intercede y a veces le concede lo que pide...'.
Verdad o no, lo que constituye un hecho incuestionable, es que en la actualidad, aunque no se aprecian los exvotos que tradicionalmente se dejaban en agradecimiento al favor concedido, son muchas las personas -como se puede apreciar en el segundo vídeo, cuyas imágenes se grabaron el 25 de octubre de 2008- que aguardan pacientemente una larga fila -que recuerda a muchas otras, aunque en menor proporción, desde luego, como, por ejemplo, la que reúne a miles de fieles para besar la imagen de Jesús de Medinaceli- para realizar un ritual que no resulta fácil, por mucha que sea la fe depositada en conseguir el favor del santo. Y sin embargo, lo cual viene a demostrar que incluso hasta para lo sagrado, más vale maña que fuerza -pido perdón, por la torpeza demostrada en el vídeo- los más viejos del lugar pasan la piedra con una facilidad realmente sorprendente, pues no en vano lo han estado haciendo año tras año, a lo largo de su vida.
Ésta, apenas está separada unos centímetros del muro interior, lo que dificulta en grado sumo la acción, cuanto más si la tradición requiere que se haga con el pecho rozando la superficie de la piedra. Ahora bien, he aquí que, si dejamos a un lado, siquiera momentáneamente, la visión milagrosa del asunto, y nos centramos precisamente en el vehículo físico del portento, es decir, en la piedra, posiblemente nos demos cuenta de dónde radica el verdadero misterio. Porque, qué es, o mejor dicho, ¿qué era ésta reliquia granítica, a través de la cual se continúa perpetuando una tradición de la que, en el fondo, apenas se sabe nada?.
En realidad, nadie está seguro, aunque bien es cierto que, por su forma, bien pudiera haber constituído, en tiempos, la base de un antiguo altar, en épocas en la que misa se oficiaba de espaldas a los fieles.
Para otros, podría constituir, también, una posible alusión a la famosa piedra islámica, la kaaba, y ser utilizada en secreto por los canteros de origen mudéjar que trabajaron en el Priorato, y que nunca renunciaron a su fe. E incluso, hay quien observa ciertas reminiscencias de origen dolménico como trasfondo a tan desconcertante enigma.
Llegados a este punto -evidentemente, tan hipotético o más que el misterioso origen de la piedra- hora es, también, de preguntarse por los extraños resortes que actúan detrás del incierto mecanismo que, supuestamente alentado por una fuerza motriz denominada Fe, desencadenan lo que yo definiría como el efecto de lo imposible; es decir, liberan esa teórica fuerza divina, inexplicable y conocida generalmente con el nombre de milagro. Hipotéticamente hablando, se puede decir que con los milagros -en la mayoría de los casos, al menos- ocurre algo similar a las leyendas que arrastran consigo numerosas vírgenes románicas, de carácter negro o no: su sospechosa obstinación en permanecer en el lugar en cuestión y su rechazo a ser trasladadas. Creo que es un dato a tener en cuenta, pues en ambos casos -bien sea el vehículo una piedra, como la presente de San Frutos; bien una imagen virginal policromada y terriblemente deterioda cuando no mutilada, o bien una losa determinada, como en San Bartolomé de Río Lobos- hay algo que permanece constante y que, aún a pesar de mantenerse generalmente en un segundo plano tiene, en mi opinión, una importancia capital: el Lugar.
Si bien por la forma, el lugar al que nos estamos refiriendo ha recibido de siempre el calificativo de hoz u hoces, también podría haber recibido perfectamente el nombre de serpiente o sierpe. Pues eso es, precisamente, lo que semeja: el cuerpo sinuoso y zigzagueante de una enorme sierpe natural, extendiéndose a lo largo de numerosos kilómetros. Un lugar, desde luego, con connotaciones mistéricas suficientes como para atraer la atención de numerosas culturas, como la celtíbera; lugar predilecto de eremitas, de cuyas numerosas cavernas, posiblemente la más destacada y conocida sea la denominada Cueva de los Siete Altares; y de cenobios de cierta importancia en el pasado, como este de San Frutos y aquél otro, en ruinas y Hoces arriba, conocido como el convento de Nª Sª de los Ángeles de la Hoz, donde aparte de esta Virgen de connotaciones negras -conservada en la catedral de Segovia- se veneraba, también, la figura de uno de los santos más misteriosos y conocido por los peregrinos: San Pantaleón.
(1) Víctor Alonso: 'Breve pero amena historia del Cañón del Duratón y de la ermita de San Frutos, datada en el siglo XI', Publicación de la Hermandad de San Frutos, Segovia, 2004.
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