Agüero: iglesia de San Salvador
Agüero, pequeña pero inolvidable población oscense que, aparte del esplendor sobrenatural de los Mallos que llevan su nombre, atrae a todo apasionado por el Arte en general y por el románico en particular, con dos elementos dignos de admiración: la iglesia de San Salvador, enclavada en pleno casco urbano y la soberbia iglesia de Santiago, situada, aproximadamente, a un par de kilómetros más allá, en lo más elevado de un paraje natural de singular belleza.
Si bien es cierto que, al contrario que ésta, del románico original apenas sobrevive la portada y poco más en San Salvador, no es menos cierto que dicha portada, influida por la figura simbólica y centralizada del Pantocrátor, reviste detalles importantes, no exentos de interés.
Posiblemente porque no tenga relación con el mensaje evangélico imaginado por el Magister en cuestión -posiblemente el mismo o perteneciente a la misma escuela que el que trabajó en la iglesia de Santiago- y porque, aparte de constatar su presencia en numerosos lugares de las Cinco Villas, la encontramos también en algunos templos emblemáticos oscenses -como, por ejemplo, el claustro de San Pedro el Viejo, en Huesca capital- en San Salvador llama la atención la ausencia de la celebérrima bailarina, de la que pronto se tiene la impresión de constituir todo un símbolo representativo de la región.
Al contrario que en numerosas portadas románicas aragonesas afines a las iglesias de las provincias de Zaragoza y Huesca, el referido pantócrator reemplaza aquí, en San Salvador, a un motivo alegórico y específico que, curiosamente, y al igual que la famosa bailarina, parece ser el principal o al menos el más repetitivo de los leif-motif simbólicos: la escena de la Adoración.
Una escena, por otra parte -independientemente del detalle de la estrella y el número de puntas, que puede variar de 7 a 8- en la que destaca, bajo mi punto de vista, la curiosa actitud de San José que, como si se mantuviera voluntariamente apartado de la propia representatividad de la escena, adopta un gesto de consentida, ¡qué remedio!, aquiesciencia. Es decir, que le gustase o no el papel otorgado por la divinidad -y aquí puede que el Maestro expresara dudas que podrían considerarse evidentemente heréticas- éste lo acepta con humana resignación.
Rodeando al pantocrátor, cuatro figuras y cuatro nombres latinos que no dejan lugar a dudas: los símbolos y los nombres de los cuatro Evangelistas.
-
Comentarios