'Prosiguiendo con el lenguaje de la geometría oculta, el pentalfa y el hexagrama surgen del inconsciente colectivo y hablan en el idioma de los sueños a la conciencia despierta. Su significado universal y atemporal los convierte en umbrales que nos comunican con nuestro ser más profundo y auténtico'. [Xavier Musquera (1)]
El idioma de los sueños: posiblemente no haya existido una época y un estilo artístico que mejor lo definan, como la Edad Media y su modo expresivo más generalizado: el románico. Xavier Musquera -investigador y amigo, por desgracia fallecido en diciembre de 2009- fue, no me cabe duda, uno de esos pocos afortunados -cuando no, románticos buscadores de un saber perdido- que mejor supo penetrar en el universo de este milenario idioma al que hacemos referencia, cuyo máximo exponente, justo es precisarlo, no es otro que el propio símbolo.
Tampoco me cabe duda, de que Navarra es también una tierra afortunada; una tierra que ofrece, bien en conjunto bien individualmente, una rica variedad simbólica, enriquecida, entre otras cosas, cabe en buena lógica suponer, por su estratégica situación dentro de las rutas principales del Camino Jacobeo. Si el descubrimiento de los restos del Apóstol Santiago supuso un espectacular revulsivo para el comercio y el desarrollo de las ciudades, no lo fue menos para la introducción, en una Península prácticamente dominada por el poder musulmán, de conocimientos, ideas y formas de expresión que habrían de brillar, especialmente, en el Arte. Un Arte, religioso, que intentaba acercarse a Dios, utilizando la búsqueda de la perfección como vehículo inapreciable de expresión; y sin duda, lo consiguió, aplicando en sus creaciones los diferentes teoremas de una disciplina conocida desde el alba de los tiempos, que ha venido en denominarse, muy acertadamente, como geometría sagrada. Teniendo esto presente, no ha de extrañarnos que muchos historiadores modernos consideren a las catedrales, por ejemplo, como las universidades de la Edad Media.
Parte de ese Saber, ancestral, como ya he dicho, queda recopilado a escala microvérsica, en todos los templos, pequeños o grandes, que jalonan nuestra geografía, dejando más o menos a la vista, elementos de cierta relevancia, como es el caso del significativo Magicum Perpetuum de Leache.
Leache es un municipio situado dentro de la Merindad de Sangüesa, en la vertiente meridional de la Sierra de Izco -no muy lejos de Olleta y el Alto de Lerga- distante unos 50 kilómetros, aproximadamente, de Pamplona, la capital de la Comunidad Foral de Navarra. Su historia, al menos a partir de agosto de 1195, está ligada a la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, por donación del que quizás sea uno de los reyes más carismáticos y relevantes de Navarra: Sancho VII, apodado el Fuerte, quien tuvo un papel relevante en la histórica y decisiva batalla de las Navas de Tolosa -conocida también como la batalla de los Tres Reyes- acaecida en julio de 1212. De hecho, su sepulcro ocupa un lugar relevante en la Capilla de San Agustín, anexa al claustro de la Colegiata de Santa María, en Roncesvalles, y en ella se conservan las cadenas que quitó de la tienda del Miramamolín almohade y que a partir de entonces, forman parte del escudo de Navarra.
A los hospitalarios se atribuye la construcción de la iglesia de San Martín de Tours, situada en la parte alta del pueblo, de la que sólo se conserva el hueco vacío de su planta y parte del muro que constituía su espadaña, aumentado en la actualidad como parte del frontón del pueblo. De hecho, la casona más cercana, situada justamente enfrente, fue en tiempos la casa y posiblemente también el hospital de estos monjes guerreros, cuya historia tomó derroteros muy diferentes a la de los templarios, convirtiéndolos en receptores de muchos de los bienes de éstos, una vez suprimida la Orden.
Aún se comenta en el pueblo, la creencia de que existe un túnel que conectaría la casa con la defenestrada iglesia de San Martín. Los sillares, así como los principales ornamentos que en aquél nebuloso siglo XII debieron hacer de éste un templo de cierta relevancia, han corrido una suerte desigual, repartidos entre las casas del pueblo, la iglesia -también románica en sus inicios- de Nª Sª de la Asunción, y por supuesto, el Museo de Navarra, situado en Pamplona, la capital, donde se conservan inapreciables tesoros.
Es precisamente en la iglesia de Nª Sª de la Asunción, demasiado transformada a lo largo de su longeva historia, donde ha ido a parar el tímpano de la iglesia de San Martín. Consta, entre otros, de tres elementos fundamentales: un crismón en el centro, flanqueado a ambos lados por motivos entrelazados de posibles connotaciones célticas. Debió de permanecer mucho tiempo enterrado, pues aún se aprecia el efecto dejado por la tierra. A escasos metros, y formando parte, es de suponer, del pórtico original, el tímpano de la portada principal luce, aparte del crismón, que ocupa también el lugar central, el Magicum Perpetuum o estrella de cinco puntas, que incluye una figura humana en su interior: el hombre universal, posteriormente utilizado por una de las mentes más grandes del Renacimiento italiano, Leonardo Da Vinci.
Este arcano símbolo de perfección -no olvidemos que su forma tiene numerosos antecedentes en la Naturaleza- ha sido conocido por muchos nombres a lo largo de la Historia: pentagulum o pentaculum; signum Pythagoricum, representativo de los seguidores del filósofo y matemático griego, Pitágoras, e incluso, también, se le denomina, en ciertos ambientes, como pie de druida, en una clara alusión a la filosofía y religión celtas, muy prolíficas en la Península.
Tal vez su presencia en el tímpano del pórtico principal de acceso a un templo cristiano no sea tan descabellada, como pudiera pensarse a priori, y mucho menos asociativa con las fuerzas oscuras, como se ha llegado a considerar en épocas posteriores -desvirtuada su representatividad original-, y tenga una relación con esa filosofía pitagórica, bajo la que representaría la armonía del cuerpo y del alma, constituyendo, por otra parte, un emblema de salud.
(1) Xavier Musquera: 'Ocultismo medieval', Ediciones Nowtilus, 1ª edición, junio de 2009, página 233.
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