Los Barrios de Bureba: ermita de Sanfagún





'A fin de que los templos de los dioses inmortales tengan la orientación que les corresponda, se han de construir de manera que, de no haber alguna razón que a ello se oponga, el edificio y la imagen que del dios se coloque en la cela miren hacia Poniente, para que así los que llegan a sus aras a hacer ofrendas o sacrificios miren al mismo tiempo a Oriente y a la imagen que hay en el templo...' (1)



Sin duda tenemos aquí, a las afueras de la pequeña población de Los Barrios de Bureba -situada a escasos kilómetros de Briviesca, al pie de la carretera BU-510 que va de ésta población a Cornudilla y más allá se adentra en Las Merindades- una desconcertante -y por desconcertante, me refiero a su aspecto- representación del románico de la región: la ermita de Sanfagún o de San Facundo. Y lo desconcertante, en este caso, es que la ermita tan sólo se compone de españada y ábside, detalle que se comprueba mejor viniendo de Briviesca, y que la da un aspecto genuinamente extraño, sobre el que tan sólo cabe especular, pues no se sabe a ciencia cierta -al menos, por mi parte lo ignoro y en las pocas referencias que he visto no lo detallan- si la falta del resto de la nave supuso un derrumbe en época indeterminada, incluso histórica, y cuál fue el destino final de sus componentes, incluída una portada que, a priori y en vista de los motivos escultóricos sobrevivientes, debía de ser, sin duda, interesante.

Dejando aparte este detalle, los antecedentes históricos del pueblo, habría que situarlos, cuando menos, a finales del siglo IX, periodo en el que estas tierras fueron colonizadas por el conde Diego Ramírez, quien, por aquél entonces, era dueño y señor, también, de las villas de Pancorbo y de Cerezo. Históricamente habalndo, y por añadidura, existe una referencia de 1102, donde se constata la anexión de la villa a la abadía de San Salvador de Oña; y aún otra, de 1194, donde se recoge el nombre de San Fagún o San Facundo, curioso santo, al parecer muy unido a la orden benedictina.

Apañada, pues, como ermita, y además con cierta gracia, dentro de la iconografía particular que ha sobrevivido en los canecillos del ábside, caben destacar elementos típicos de cualquier templo románico, donde no faltan representaciones totémicas de animales -cabría comentar, por ejemplo, la presencia del ciervo, cuyo simbolismo en ocasiones varía hacia una referencia crística o relativa al alma humana, y el oso- así como rostros humanos que, antropológicamente hablando, pueden proporcionar una visión más o menos acertada de las gentes de la época, entremezcladas con elementos florales e incluso bíblicos, como parece indicar uno de los capiteles de las columnas de apoyo que, a priori, podría interpretarse como una más de la conocida versión de Daniel y los leones. Hay también algún ser monstruoso, como aquél provisto de alas que forman una especie de anillo o espiral en las puntas, que muy bien podrían aludir a arpías y asociarse con los conceptos de vicio y pecado, tan extendidos en la época. Hasta es posible que, puestos a interpretar, se puede encontrar alguna alusión alquímica en referencia a alguna de las cabezas humanas -cuando no, a objetos como el barril- cuya boca parece dar la impresión de soplar.

Pero de lo que no cabe ninguna duda, es de que aquí, en esta curiosa ermita de Sanfagún, la Historia ha perdido algo más que un mensaje simbólico que posiblemente contuviera claves de comparación con otras iglesias de la provincia. Ha perdido, después de todo, una auténtica obra de Arte.





(1) Vitrubio: 'Los diez libros de arquitectura', Editorial Iberia, 1970, página 98.



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