Soto de Bureba: iglesia de San Andrés
Saliendo de Navas de Bureba, y en dirección a Pancorbo y Logroño, sin abandonar las inmediaciones de los Montes Obarenes, se localiza el pueblo de Soto de Bureba. Para llegar a él, es necesario tomar el desvío en Quintanilla Cabe Soto y seguir unos tres o cuatro kilómetros la carretera. Merece la pena hacerlo, desde luego, porque en su parroquial -no confundir con otra previa, que se encuentra en estado ruinoso-, tendremos la oportunidad de contemplar una de las portadas más extraordinarias y alucinantes de la provincia: la portada de la iglesia de San Andrés.
Podríamos situar la construcción de ésta iglesia, a principios o mediados del siglo XII, según figura en una inscripción, fechada en 1176, que también contiene el nombre de sus autores -Pedro Ega y Juan Miguélez-, aunque quizás su origen sea muy anterior, levantándose en el lugar donde previamente hubiera estado algún templo o monasterio anterior, idea que puede venir sugerida por la contemplación de algunos restos reutilizados que se pueden apreciar, sobre todo, en la zona del ábside.
Vista en su conjunto, la iglesia de San Andrés ofrece un curioso aspecto y no habría que descartar, tampoco, que hubiera constituído en aquéllos nebulosos tiempos una especie de iglesia-fortaleza, dada la actividad pionera y en constante enfrentamiento con los musulmanes, característica de la zona. Antes de ello, se tiene constancia de la presencia romana por los alrededores, como demuestran no sólo algunas ruinas, sino también las numerosas lápidas funerarias descubiertas en parcelas cercanas (1), muy similares, todo sea dicho como dato recopilatorio, a aquéllas otras descubiertas en diferentes lugares de la Península, como en la iglesia de San Vicente de Serrapio, en el concejo asturiano de Aller, que se levanta en lo que en tiempos fue un templo dedicado a Júpiter. Constancia hay, así mismo, y este puede ser un dato relevante, de la existencia, en las proximidades del altozano denominado como la Cerca, de una pequeña ermita o santuario dedicado a Nª Sª de la Peña; una advocación que, ciertamente, puede vincularse con los cultos hacia las Vírgenes Negras o, en definitiva, a la figura ancestral de la Gran Diosa Madre, comparable, en esencia, con otros santuarios de idéntica advocación, que se localizan en las provincias de Zaragoza, Guadalajara y Segovia (2).
Vista en su conjunto, la iglesia de San Andrés ofrece un curioso aspecto y no habría que descartar, tampoco, que hubiera constituído en aquéllos nebulosos tiempos una especie de iglesia-fortaleza, dada la actividad pionera y en constante enfrentamiento con los musulmanes, característica de la zona. Antes de ello, se tiene constancia de la presencia romana por los alrededores, como demuestran no sólo algunas ruinas, sino también las numerosas lápidas funerarias descubiertas en parcelas cercanas (1), muy similares, todo sea dicho como dato recopilatorio, a aquéllas otras descubiertas en diferentes lugares de la Península, como en la iglesia de San Vicente de Serrapio, en el concejo asturiano de Aller, que se levanta en lo que en tiempos fue un templo dedicado a Júpiter. Constancia hay, así mismo, y este puede ser un dato relevante, de la existencia, en las proximidades del altozano denominado como la Cerca, de una pequeña ermita o santuario dedicado a Nª Sª de la Peña; una advocación que, ciertamente, puede vincularse con los cultos hacia las Vírgenes Negras o, en definitiva, a la figura ancestral de la Gran Diosa Madre, comparable, en esencia, con otros santuarios de idéntica advocación, que se localizan en las provincias de Zaragoza, Guadalajara y Segovia (2).
La portada, vista su complejidad, parece independiente del resto del conjunto, y anima a fantasear, introduciendo al espectador en un mundo soberanamente fantástico, que alberga una filosofía espiritual, en la que no faltan, hábilmente disimuladas en las acepciones mitológicas clásicas, referencias, a mi modo de ver, que acercan a hipotetizar con la idea de otras corrientes de pensamiento -comunes, por otra parte, a las creencias de la época- como puedan ser la astrología -posiblemente, la más mentada por los especialistas- la magia, y por supuesto, esa disciplina tan hermética, que es la alquimia. Referencias hechas para el ojo cultivado, y a la vez, evangelizadoras para el ojo vulgar, como un espantoso aviso de condena para todos aquellos que no renieguen de las creencias y mitos que podríamos considerar como residuos de la Antigua Religión.
Entre las figuraciones, no cabe duda de que, por originalidad y rareza, llama la atención la figura del unicornio. Un unicornio que, por la inusual colocación de su cuerno -debajo del mentón, y no coronando su frente, como suele ser la versión más tradicional- parece querer señalarnos a la tierra; o mejor dicho, hacernos partícipes de esas wouivres, o de ese telurismo tan particular del lugar, que tiene su antítesis en las numerosas serpientes y dragones que se advierten en este mundo crepuscular, antropológicamente fantástico.
Por otra parte, y disimulado en el vano de la puerta, un incompleto dragón marino nos sugiere, por la silla de montar que se aprecia en su lomo -puede que no se trate de eso, y sí de una ala deteriorada-, quizás la desaparecida figura de un jinete apocalíptico o meridiano, muy similar, en su forma, a aquélla otra figura que se localiza en el tímpano de la iglesia sepulvedana de Nª Sª de la Peña.
La pareja acuática, sireno y sirena, otra rareza similar a la del unicornio -y posiblemente, figuras únicas en buena parte del románico, no solo burgalés, sino también peninsular- cuya verdadera intención, en la mente del artista medieval, fuera no sólo esa perniciosa interpretación que suelen llevar generalmente asociada, sino, quizás, un posible recuerdo de esos mitos universales de la creación, donde el mar, de alguna manera, tuvo similar protagonismo que los cultos a la Madre Tierra.
En fin, son tantas las referencias, tantos los detalles y los símbolos que se pueden localizar en esta maravillosa portada de Soto de Bureba, que la mejor recomendación no es otra que la de aventurarse un día por allí, y disfrutar con el placer unipersonal que tiene la contemplación de una auténtica obra de Arte y la interpretación individual que cada uno tenga a bien considerar. Por supuesto, siempre desde el punto de vista, de que en el fondo, todo son opiniones y como opiniones, todo es rebatible y discutible.
(1) En 1916, un vecino de Quintanaélez descubrió una, que fue adquirida por el Museo arqueológico del Colegio de Oña, y decía, textualmente: A los dioses Manes, Primula y Lascina pusieron esta memoria a Gemelina, su hija, de edad de cinco años. Adiós. Séate la tierra ligera.
(2) Calatayud, Brihuega y Sepúlveda, respectivamente.
Comentarios
...Y acabo de estar en Santa Maria de Huerta (con claustro en obras y virgen en clausura, invisible, como no)... y en tu querida Soria.Preciosa.Antes visité tus entradas como guía. Apertas, Ana