Ullibarri-Arana: ermita de Andra Mari



'La manera de construir los túmulos y aún la de recubrir los propios dólmenes con piedras y tierra que en nuestro húmedo suelo se apresuraría el tiempo a tapizar de yerbas y maleza, es muy probable que contribuyera a hacerlos pasar por simples accidentes del terreno; y por otra parte, los amojonamientos y cercados excesivos que la gran división de la propiedad exige y en la que los rústicos habitantes aprovechan materiales hasta de monumentos que habrían de imponerles mayor respeto, tales como iglesias y monasterios, ayudan a dar consistencia a nuestra sospecha...' (1).

Breves son los kilómetros que separan la histórica población de Contrasta, de ésta otra, pequeña y fronteriza, de Ullibarri-Arana, que tiene como telón de fondo, el misterioso, tradicional y legendario hogar de los Jentillaks, gigantes y representantes de un mundo arcaico a los que se atribuye, entre otras cosas, la curiosa habilidad de manejar las piedras a su antojo. Quizás fueron ellos, quién sabe, los maestros que, cuál el clásico Prometeo, enseñaran a los hombres el fascinante oficio de labrar la piedra y manejarla como si fuera cartón. De lo que no cabe duda, sin embargo, es del detalle de que, independientemente de la sencillez que la caracteriza, también en ésta ermita de Ullibarri-Arana, cabe destacar la calidad de sus sillares. A la vez, y tal y como se comentaba en la entrada anterior, dedicada a la ermita de Nª Sª de Elizmendi, encontramos aquí dos detalles que, en mi opinión, pueden resultar significativos: la advocación, basada en la figura ancestral de la Gran Diosa Madre vasca por excelencia y la curiosa forma del lugar donde se levanta la ermita, que muy bien pudiera contener, en lo más profundo -haciendo buenas las palabras de Félix de Aramburu y Zuloaga- un túmulo funerario o un complejo megalítico ancestral. Tal detalle, portentoso de por sí, no debería sorprendernos en demasía, si consideramos que una de las acciones premeditadas del Cristianismo en sus incursiones de evangelización sobre territorio considerado pagano, era precisamente la de levantar ermitas e iglesias sobre los antiguos lugares de culto de éstos, así como, en muchas ocasiones, derribar los establecidos, acción que realizó, con una particular virulencia aquél posteriormente subido a los altares, que se conoce como San Martín Dumiense.
Situada a las afueras de la población -dentro del casco urbano, hay una iglesia dedicada a San Juan Bautista, con interesantes elementos patrimoniales de los siglos XVI y XVII- sobre un montículo cuyo peculiar aspecto, como se ha comentado, dá lugar a plantearse la hipótesis -poco menos que imposible de comprobar, lógicamente, pues eso conllevaría excavaciones de índole arqueológica, que posiblemente ahora no interese ni siquiera en ser planteadas- la estructura principal de la ermita de Andra Mari, se compone de un ábside semicircular y una nave alargada cuya planta, si la situamos sobre un plano nos ofrecerá, comparativamente hablando, una forma simple y esquemática de llave, utilizada no sólo como marca de cantería en algunos templos de otros lugares y provincias, sino también -sendas llaves cruzadas- como elemento distintivo del claro y marca de posesión eclesiástica. A éste respecto, sorprende añadir, no obstante, la práctica carencia de marcas de cantería, en los templos vistos hasta ahora: San Juan de Amamio, Nª Sª de Elizmendi y la presente ermita de Andra Mari. Tampoco tiene esta ermita, elementos decorativos cuyo simbolismo pudiera establecer parámetros de estudio y especulación, a excepción de una cruz, con tres de sus brazos lisados, que se localiza sobre un pequeño pórtico tapiado en su lado oeste.
Hay también, dentro del término municipal, otra ermita, denominada de San Cristóbal o del Cementerio y también se sabe de una más, que estuvo bajo la advocación de Nª Sª de Benguraldea. Pero en el caso de la primera, oportuno es precisar que éste San Cristóbal, al que durante muchos años se le consideró el patrón de los automovilistas, nos remite, una vez más, al mito de los gigantes jentillaks, haciéndonos pensar que, después de todo, éstos no quedaron por completo en el olvido, siendo el pueblo el mejor custodio de su recuerdo. Y de alguna manera, su función caminera nos recuerda, no sólo su afinidad con otros curiosos Santos del Camino -como San Roque, del que no es la primera que se constata su presencia en la cercanía de una iglesia o santuario dedicado a la figura de una Virgen Negra-, sino también con esas bandas de ocas que, simbólicamente hablando, eran los gremios y hermandades de canteros medievales.

(1) Félix de Aramburu y Zuloaga: 'Monografía de Asturias', Biblioteca Histórica Asturiana, Silverio Cañada Editor, 1ª edición, agosto de 1989, página 51.

Comentarios

Syr ha dicho que…
Me gusta hacer camino con un buen Caminante. Por eso, también en esta ruta te vengo siguiendo y creo que aprovecharé la entrada de este pueblito para dejar anotado que puede ser la muestra del total románico alavés. Un románico que, fuera de los centros de irradición languedocianos, aragoneses, navarros y burgaleses (Armentia, Estíbaliz y Tuesta), se caractyeriza por ser rural, de dimensiones reducidas y poco costosas. Muy tardío porque tardía fue su propsperidad y porque el villorio, como concepto político-geográfico, no se desarrolló allí hasta mediados del siglo XII y XIII. Avalado por todo ello, creo que el montículo responde a una pura solución arquitectónica y que picar en sus entrañas sería tirar los dineros. Arana no es piedra de dolmen, sino campo de ciruelos. Salud y románico.
juancar347 ha dicho que…
Hola, Syr. Se agradece el comentario, sobre todo por la parte que le toca a este caminante que, como muy bien sabes, ha recorrido en tu compañía muchos kilómetros y espera recorrer muchos más. En líneas generales, coincido con tus apreciaciones. Quizás sean precisamente estos pequeños templos, los que mejor representen el auténtico 'espíritu románico alavés'. Fíjate que, además, suelen estar constituídos, como una característica siempre ha tener en cuenta, por sillares de excelente calidad, lo que, de alguna manera, los aleja también de esa sencillez rural (en ocasiones, grotesca) común a muchos templitos en otras regiones. La presente ruta termina aquí, al pie de los montes de Urbasa y aunque las teorías científicas tienden a situar una mayor influencia del megalitismo hacia el occidente, yo no terminaría de descartar que esta zona hubiera gozado también de ese particular 'arte de los jentillaks'; pero también me parece muy acertada tu apreciación de aprovechar los montículos como una solución arquitéctonica. De acuerdo estoy, evidentemente, en que hay cosas más imperativas y urgentes en las que invertir los dineros. Y aún así, llámame cabezón, sigo cruzando los dedos.
Por otra parte (y tomo nota de la pequeña lección), la próxima ruta comienza precisamente en Vitoria; o lo que es lo mismo, en Armentia, pueblín absorvido, en la Colegiata de San Prudencio, figura muy unidad, como sabes, a San Saturio, el Patrón de Soria. Espero no decepcionarte mucho en mis apreciaciones y ya me contarás al final, si la ruta merece la pena. Un abrazo

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