Ferreira de Pantón: monasterio de Santa María



Sin llegar a alcanzar el título comparativo de El Escorial de Galicia, que algunos otorgan al cercano monasterio de Samos, situado en Monforte de Lemos, el concejo de Ferreira de Pantón tiene, no obstante en su monasterio dedicado a la figura de Santa María, una de las obras más notables  e interesantes de una provincia, que ya en la raíz de su nombre conserva el recuerdo a unos orígenes netamente celtas: Lugo.
Muy modificado, es cierto, y con numerosos añadidos e ingenierías posteriores, este monasterio de monjas cistercienses, aún conserva, después de todo, numerosos elementos de su primitiva constitución, que inducen a plantearse, no sólo los interesantes gazapos dejados por los canteros que intervinieron en su construcción, sino también la delicadeza con la que ejecutaron una obra, que en sus orígenes debió de ser singular y sin duda alguna importante. Partiendo de esta premisa, no es de extrañar que en su cabecera, bajo la atenta mirada de la imagen de madera de Santa María de Ferreira, algunos sepulcros, nos remitan al recuerdo de una época marcada por los impulsivos requerimientos de la fe y el espíritu.

De sus orígenes, inciertos como suele ser habitual, sobreviven interesantes discrepancias, entre las que constan aquellas que pretenden remontarlos a los siglos IX y X, aunque sean más generalizadas las que, con fecha bastante posterior, tiendan a unirlo a la figura de una noble dama benefactora: la condesa doña Fronilda de Lemos. Con los medios que ésta aportó para su restauración -aquí puede estar la clave para las primeras argumentaciones-, el cenobio -al que dotó de generosas rentas y al que se retiró para terminar sus días en silencio y oración-, se incorporó a la Orden del Císter en 1175, fecha que se da por buena a la hora de señalar su fundación. Por estas fechas, el Císter ya contaba en Galicia con otros monasterios de cierta relevancia, como Oseira, Sobrado, Monfero, Montederramo, Meira y Armenteira, distribuidos en puntos importantes de las diferentes provincias. Fallecida en 1189, alrededor de la figura de ésta noble dama y la incorruptibilidad de su cuerpo -que fue enterrado en un sarcófago situado en el claustro-, se tejieron numerosas leyendas y devociones, que hicieron que fuese considerada santa, en virtud de los numerosos milagros atribuidos popularmente a  su intercesión, según refiere, entre otros, el Padre Risco en su monumental obra dedicada a la España Sagrada. Otro personaje que aportó generosas donaciones al monasterio, y en cierto modo, ligado también a ciertas órdenes militares, como la del Temple, fue el rey Fernando II.

 
Si bien en épocas posteriores –principalmente, siglo XVIII-, se añadieron variados elementos arquitectónicos, como las dependencias monacales que aprovecharon parte de la fachada sur de la iglesia, ésta aún conserva su estructura original, entre la que destacan numerosos motivos ornamentales de variada temática, comunes, después de todo, a los bestiarios tradicionales de un arte, el románico, que se nutrió ampliamente de referencias anteriores. De tal modo, que un simple vistazo, permite observar la presencia, entre ellos, de los viejos mitos, como el de Daniel, sentado indiferente, con los fieros leones lamiéndole los pies. Curiosa resulta, no obstante, la más que notable presencia de éstos, sobre todo en los motivos decorativos de los capiteles del interior de la cabecera, como demuestran no sólo aquellos ya mencionados que acompañan a Daniel, sino también aquellos otros que, extraños en su concepción –no olvidemos, que el león, entre su abundante simbolismo, representa el conocimiento pero también el orgullo- , de cuyas bocas surgen lianas que se enredan alrededor del cuerpo inerte de un hombrecillo que no parece estar tan plácido entre ellos como el indiferente Daniel. De la concepción de paradisum y su equivalencia en los jardines, los motivos vegetales son, así mismo, variados y abundantes. Pero quizás, uno de los motivos más universales y por el que se conoce parte de la labor, entre otros, de maestros como el de Agüero, Huesca, sean el músico y la bailarina, que desarrollan su actividad lúdica entre los canecillos exteriores del ábside. Interesante, así mismo, es la representación de las aves que, dejando a un lado las numerosas referencias que se localizan entre los motivos principales que caracterizan la decoración de los antiguos templos visigodos, también llaman la atención, como referencias al alma, en lugares similares de otros templos románicos, como podría ser el de Nª Sª de la Asunción, en la población segoviana de Duratón. La temática erótica, aunque sufriente de la censura del martillo, también está presente entre los motivos escultóricos de los canecillos absidiales, al igual que el contorsionista y la serpiente. Reseñables son también, entre los motivos de la cenefa que bordea el ábside, la alternancia entre cruces y elementos vegetales de índole triforia.
En 1835, y como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, la comunidad religiosa se vio obligada a abandonar las dependencias monacales, siendo vendidos sus bienes en subasta pública. No sin amplios esfuerzos y numerosas gestiones, volvieron a ocuparlo veinte años después, solicitando, en el año 1898, su incorporación a los monjes cistercienses de la estrecha observancia, regla y disciplina a la que continúan vinculadas en la actualidad.

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