San Vicente de Pombeiro



En la margen derecha del río Sil, y a unos treinta kilómetros, aproximadamente, de Ferreira de Pantón, se alza la iglesia de lo que fuera en tiempos el monasterio benedictino de San Vicente de Pombeiro. Uno de los documentos más antiguos que se conservan, es aquel que, fechado el día 1 de marzo del año 964, menciona y a la vez relaciona las cuantiosas posesiones que doña Goto, esposa del rey Sancho Ordóñez, dona al monasterio y a su abad por aquél entonces: Asterigo. La copia de dicho documento, que al parecer se conserva en el Archivo Histórico Nacional, define, entre otros, los siguientes lugares: las villas de Tanquilán y Vilamirón, la cuarta parte de la de Froiani y Lunis, un campo en Mangunarios, así como el monasterio de San Víctor, situado junto al Miño. Tal es así, que no son pocos los autores que piensan que fue a instancias suyas como se fundó este monasterio de San Vicente de Pombeiro. Otra de las fuentes que suele ser citada con frecuencia al hablar de este singular cenobio, no es otra que la relación de monasterios cluniacenses que a finales del siglo XI –se barajan las fechas de 1090 y 1094-, realizó también un monje de Cluny, de nombre Dalmacio. Personaje éste que, con posterioridad, llegó a ser obispo de Santiago, y que en su lista, Pombeiro figura con el nombre de Polumbeiro.

Por alguna curiosa razón, hacia el año 1100, se duda de su continuidad filial a Cluny, en base a una bula del papa Pascual II dirigida a don Hugo, abad de Cluny, en la que tan sólo menciona, como único monasterio cluniacense existente en Galicia, el de San Martín de Xubia, si bien es verdad, que en 1117, y a instancias de una donación realizada por la reina doña Urraca, volvió a ser incorporado a la disciplina benedictina, bajo cuya tutela se mantuvo hasta 1526, fecha en la que el papa Clemente VII, también mediante bula, aprueba su anexión al monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, cuyos abades eran, de hecho, quienes se ocupaban de su administración desde el año 1505. Fuentes documentales modernas, aunque también podrían considerarse bajo una perspectiva clásica, son las valiosas referencias aportadas por los padres Yepes –tomo VI de su Crónica- y Flórez –tomo XIX de la España Sagrada-, que pueden servir de cumplido cicerone a todo aquel que desee ampliar sus conocimientos del lugar, de acuerdo a los estrictos patrones de la documentación y la teoría. Nada que ver, obviamente, con las sublimes sensaciones que conlleva la posibilidad de un desplazamiento, en particular, si éste se realiza dejándose llevar un poco por la aventura y siguiendo la ruta desde el monasterio de Ferreira de Pantón, descendiendo a vista de pájaro por soberbios farallones labrados por el Sil con la paciencia de los siglos, marcados por la alternancia de campos de cultivo, bosque y monte, y desde luego, pequeños asentamientos rurales dotados de un encanto verdaderamente espectacular. Precisamente uno de ellos, cercano ya a Pombeiro, lleva en su etimología, no sólo una de las denominaciones de origen que definen parte de esos caldos tan peculiares que caracterizan a los vinos de la Rovoyra Sacrata, sino también, unas raíces interesantes, que invitan, cuando menos, al placer de la especulación: Amandi. Pero lejos de pretender introducirnos en una dudosa protohistoria comparativa, quizás no esté de más señalar la existencia, siquiera como anécdota o curiosidad, de otro pueblo de igual nombre, situado a un kilómetro del casco urbano de una comarca que también es conocida por se la productora a nivel mundial de otra bebida excepcional, como es la sidra: la asturiana Villaviciosa. Al contrario que este Amandi lucense, el Amandi asturiano sí ofrece, dentro de su núcleo, la oportunidad de admirar uno de los templos románicos más singulares de Asturias: el de San Juan, en cuyos motivos ornamentales, vuelven a encontrarse no sólo las curiosas referencias a los viejos dioses celtas en las figuras de los denominados hombres verdes, sino también, un tipo muy peculiar de aves, de ejecución y procedencia, al parecer normanda, y en la que los canteros dejaron su firma en las archivoltas de las portadas de algunos templos de la zona.
No obstante, en los motivos ornamentales de la iglesia de San Vicente, los canteros no olvidaron, en absoluto, con mayor o menor grado de habilidad, la inclusión de una temática afín al pensamiento medieval de la época. Una temática, en la que incluyen numerosos elementos comunes a todos los templos de su género, entre los que se incluye ese simbolismo tan peculiar derivado de los motivos foliáceos o vegetales, de los que había verdaderos expertos; elementos que, por sí mismos, darían para un amplio trabajo de interpretación. Los guardianes del umbral, en este caso una cabeza humana y una cabeza animal -probablemente un león-, también se incluyen entre los motivos ornamentísticos de la portada oeste, zona de la iglesia donde hemos de llamar así mismo la atención de la curiosa torre semicircular situada en su lado derecho y que acrecienta, aún más si cabe, su aspecto de solidez y fortaleza. Pero quizás donde se puedan observar algunas particularidades, cuando menos curiosas que nos recuerdan las existentes en otros templos, tanto de la provincia, como de provincias colindantes e incluso más lejanas es, sin duda, en la portada norte. Una portada que contiene, aparte de interesantes elementos poliskélicos, un peculiar ajedrezado, tipo jaqués y una cenefa conformada por cruces patadas que, cuando menos, recuerdan, por su originalidad y exactitud, aquellas otras magistralmente disimuladas en la magnífica Puerta de la Majestad de la Colegiata de Santa María la Mayor de Toro, provincia de Zamora. Parecidos sorprendentes, que puedan levantar suspicacias acerca de la itinerancia de uno de los talleres que anduvo por varias provincias de Galicia, son  también los motivos que decoran las basas sobre las que sustentan las columnas y capiteles de dicha portada -entrelazados que conforman el símbolo del infinito y nudos celtas-, pues coinciden, cuando menos, con las que se localizan en una de las portadas de la curiosa iglesia de San Xulián de Astureses, en la provincia de Orense. Una iglesia, ésta de Astureses, ligada a la Orden del Temple y donde, también en su zona norte, se conserva el sarcófago del monje templario frey Juan Pérez de Outeiro, figura que, como nos transmite Rafael Alarcón Herrera (1), conlleva una leyenda de ultratumba asociada, muy en la línea de la Santa Compaña, elementos que constituyen parte del rico e importante folklore gallego. Retornando al templo de San Vicente, y precisamente a través de la moderna cristalera instalada en esta puerta, se puede observar -no sin dificultad, a consecuencia del polvo de los cristales-, restos de pinturas en las columnas centrales, que posiblemente sean de origen gótico o posterior. También el ábside guarda cierto parecido con el de Astureses y coincide con los motivos principales, aves y vegetales de éste.
Otro de los motivos a destacar, es la presencia de marcas de cantero, algunas de las cuales, por sus características, parecen conforman peculiares grafías.


 
(1) Entre otras referencias, se puede consultar el siguiente libro de Rafael Alarcón Herrera: 'La huella de los templarios: ritos y mitos de la Orden del Temple', Ediciones Robin Book, S.L., Barcelona, 2004, página 167 y siguientes.

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