La catedral de Santiago: meta de peregrinos
Sin duda, ya no lo es, pero
cuando se inventó –o mejor dicho, cuando se reinventó el Camino, pues éstos y las peregrinaciones son tan antiguas como
el mundo-, Santiago y su catedral suponían la meta de un viaje muy especial; un
viaje peligroso, pero también fantástico y trascendental, cuyas vicisitudes
volvían a poner en marcha el espíritu de un Occidente alto medieval que todavía
se estremecía en las tinieblas posteriores a la caída del Imperio Romano, el
avance incontenible de la caballería musulmana y el pavor irrefrenable hacia un
holocausto mundial o fin del mundo, que agoreramente se vaticinaba con la
proximidad de la llegada del fin del milenio. Por tierra, generalmente, pero
también a través de ese mar –tenebroso, para la mentalidad supersticiosa de las
gentes de la época, pero maestro, comparativamente hablando, cuyas olas
depositaban en las playas y costas parte de un Conocimiento que no tardaría en convertirse en leyenda y culto,
incluida la maravillosa arribada de los propios restos del Apóstol en una barca
de piedra-, para conseguir, con su presencia y devoción, encender una tercera
hoguera, que no tardaría en convertirse en una de las Luces más importantes de
la Cristiandad, junto con las de Roma y Jerusalén.
Pero Compostela y su catedral
son, desde luego, mucho más que un simple y frío estudio referido a unos
ámbitos estilísticos, estadísticos y artísticos, que se han ido nutriendo y
ampliando a lo largo del tiempo como un enorme y monumental mecano. Nada queda,
por ejemplo, de aquélla primera iglesia mandada construir por el también primer
peregrino histórico conocido –el Rey Casto, Alfonso II-, apenas conocida la
noticia del descubrimiento de los sagrados restos. Poco o nada sabemos de los
principales arquitectos que intervinieron en la edificación de los cimientos
que vemos ahora, salvo que ese magistral Maestro Mateo, al que todo el mundo
hace referencia en la actualidad, estuvo considerado, hasta tiempos
relativamente recientes, como un oscuro
arquitecto de la Corte del rey Fernando II de León; o que otro de los
grandes maestros que intervinieron, el Maestro Esteban, es más conocido por
haber intervenido en la ejecución de la catedral de Pamplona, que por la Puerta de Platerías de la catedral
compostelana que se le atribuye, no siendo ni siquiera mencionado por Aymeric
Picaud en su famoso Codex Calistino.
Un Camino y una Historia que, un milenio después, vuelve a despertar pasiones y
la atención de miles de peregrinos que avanzan penosamente hacia ese primitivo Campus Stellae siguiendo el rumbo
marcado por las estrellas.
Hablar de Compostela y de su
catedral, dedicada a la controvertida figura del Apóstol Santiago, el Hijo del
Trueno –como Thor, ese combativo dios nórdico que adoraban los mismos normandos
y vikingos que asolaban continuamente los litorales gallegos-, es hablar, por
defecto, de Historia y de Espíritu; de personajes y misterios; de crónicas y
leyendas; de milagros y batallas; de devoción y picaresca; del culto a los
viejos lares de los caminos; del Finis
Terrae, ampliando el antiguo recorrido de los celtas y otros pueblos de la
Antigüedad. En definitiva: de un Camino de aprendizaje y sufrimiento. Pero por
encima de todo, de un Camino de Fe.
No podía haber mejor colofón para este breve, pero espero que interesante viaje por parte del románico y la historia de una de las más singulares comunidades gallegas, como es La Coruña.
Comentarios
Una gran entrada Juan Carlos y un bonito vídeo, ahora, veía a los capiteles bailando al son de la gaita, jaja.
Un besote.