Tourón: iglesia de Santa María
A
escasos kilómetros de distancia de una población de cierta relevancia, como es
Ponte Caldelas, se localiza la pequeña población de Tourón, a cuyo Concejo,
evidentemente, pertenece. Pequeña, aunque no obstante, por la riqueza
megalítica que posiblemente tuvo en el más remoto pasado, debió de constituir
un enclave sagrado de primer orden para las antiguas culturas que habitaron el
lugar. Dicha posibilidad, viene sugerida por la pervivencia de uno de los
entornos con más riqueza de petroglifos que se lo localiza en toda la comunidad
pontevedresa. De hecho, dispone de un pequeño centro de interpretación y unos
senderos convenientemente señalizados, que aunque de menores dimensiones que el
que existe en el no excesivamente lejano Campo Lameiro, situado en la
vecina provincia de Orense, tiene también una estimable extensión. Dicho
centro, lleva el mismo nombre que el pueblo: Tourón, en cuya constitución,
si no nos dejamos seducir por las apariencias y vamos más allá de esa táurica tradicionalidad hispana,
encontraremos un vocablo ciertamente interesante y bien relacionado con los
antiguos lugares megalíticos y castreños: ouro;
es decir, oro. Tampoco los motivos simbólicos difieren en demasía entre ambos
enclaves, siendo notable la presencia y abundancia de las características
formas zoomorfas -en las que parece tener una especial relevancia la figura del
ciervo, cuyas astas milenios más tarde sirvieron como atributo de uno de los
principales dioses celtas, Cernunnos,
y cuya figura tuvo un rico simbolismo en época medieval, hasta el punto de que,
simbólicamente hablando, las escenas de caza en las que el ciervo termina
imaginariamente devorado por las feroces
jaurías de perros, venía a cumplimentar, en cierta manera, una alegoría similar
a la típica figura eucarística del pelícano o representación de Cristo, que se
abre su propio pecho para alimentar a las crías, entroncando, así mismo, con
las antiguas tradiciones del sacrificio
real y cultos similares, como el de Dionisos-,
las espirales, los laberintos, los triples recintos o las cazoletas, de cuya
función, en más de una ocasión se ha interpretado como posibles
representaciones astronómicas, incluidas las pertinentes fases lunares, que
tendrían, así mismo, cierto sentido si tenemos en cuenta las características
netamente matriarcales de sus concepciones religiosas.
Por
otra parte, con la presencia de este templo, dedicado a Santa María –otra
figura matriarcal- y el cruceiro
pétreo que se localiza enfrente de su portada occidental, se observa la típica
cristianización del antiguo lugar de culto. Dicho esto, de las características
del templo, se puede añadir que, como ocurre en la mayoría de los casos con
edificaciones de esta antigüedad y naturaleza, su planta se ha visto muy
modificada, hasta el punto de que apenas sobreviven elementos de carácter
original, reduciéndose éstos a parte de la nave, las series de canecillos –de factura
simple y lisa-, y la mencionada portada occidental –orientada simbólicamente
hacia ese mítico Finis Terrae-, cuyo
tímpano, en el que se aprecia una curiosa cruz, se sustenta sobre unas basas en
las que sobresalen cuatro capiteles que muestran austeros motivos foliáceos. Curiosa, pero común a la gran mayoría de templos gallegos, es el remate cónico o piramidal, que se advierte en la espadaña.
Detalles más contemporáneos, pero cuya singularidad invitan, así mismo, a la especulación, podría ser la presencia, junto al muro de la iglesia, de un pequeño recinto circular que, a juzgar por el emblema del arpa que se advierte en un lateral, sería el espacio dedicado a la orquesta en los días de festividad y romería, el cual posiblemente se levante -es tan sólo una sugerencia- en el mismo sitio donde antaño hubiera un determinado árbol sagrado para las antiguas culturas. También se aprecia, formando parte de dicho muro, una pequeña construcción, venida a menos, que quizás fuera originalmente un Peto de Ánimas. El pequeño cementerio local, se localiza a escasos metros de la iglesia.
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