San Pantaleón de Losa


Ubicada en la denominada Peña Colorada, un peñón rocoso con forma de quilla de barco, la iglesia de San Pantaleón constituye, sin duda, uno de los singulares atractivos del denominado Valle de Losa. Hablar de San Pantaleón, conlleva la ineludible tentación de referirse a un lugar con más que evidentes connotaciones mistéricas; un puntal de genuino atractivo, parada obligada para todo peregrino que, en su maravillosa aventura jacobea, quisiera ser testigo de un fenómeno evidentemente mistérico y cuando menos, singular: el fenómeno de la licuefacción de la sangre del santo.
Tradicionalmente, y cada 27 de julio -día de la festividad de San Pantaleón- miles de peregrinos se daban cita a las puertas del templo, para presenciar el milagro de la licuefacción de su sangre. Milagro que, dicho sea de paso, continúa perpetuándose cada año, puntual a su cita, aunque no comprendo -ni creo que llegue a comprender nunca- por qué el frasco que contiene tan preciada reliquia, fue apartado de su emplazamiento original en este punto del Camino de las Estrellas, y trasladado a Madrid, al Real Monasterio de la Encarnación, situado junto a la Plaza de Oriente, donde hay constancia de su presencia, al menos desde el año 1616.
Y no obstante, al contrario de lo que se pueda pensar a priori, el fenómeno de la licuefacción de la sangre de San Pantaleón no es único, sino que sucede, también, en Italia, referido a la sangre de otro mártir, San Genaro, obispo de Benevento que, curiosamente -he aquí un posible y desconcertante caso de vidas paralelas, sin ánimo de plagiar a Plutarco- fue martirizado y decapitado escasos días después que San Pantaleón: el 19 de septiembre del año 305 después de Cristo.
Aún así, y contra lo que pudiera parecer a priori, la iglesia de San Pantaleón de Losa y su peculiar emplazamiento, no han perdido ni un ápice de su genuino, milenario misterio, manteniendo poco menos que intacto ese carácter mediático e iniciático que la convierten, bajo mi punto de vista, en un auténtico centro mágico, en un complejo Enclave de Poder, cuyas influencias se perciben a medida que uno se va acercando, dejando atrás la prolongada pendiente que, cual un pequeño Gólgota, conduce hasta la cima donde se halla ubicada.
En efecto; las señales de habitamiento humano en el lugar de la Peña Colorada en el que se asienta la iglesia de San Pantaleón se remontan, cuando menos, a la Edad del Hierro, de cuya época se tiene constancia de la existencia de un castro de origen celta -hecho bastante significativo, como veremos más adelante- del que apenas quedan rastros identificables. Sí los hay, aunque prácticamente se confunden con el terreno, de una construcción posterior; una fortaleza o castillo, cuyas huellas más evidentes las constituyen, quizás, los restos del aljibe o depósito de agua, situados a unos metros escasos del ábside de la iglesia. Junto a éste, y ocultando buena parte de su lateral derecho, hay una construcción también posterior, cuyos elementos más destacables, son las dos ventanas ojivales, que denotan un origen netamente gótico. Y con el fenómeno del gótico, nos encontramos con un arte que rompió moldes en la época; un arte del que, al decir de numerosos investigadores -y que conste que lo constato aquí simplemente como una curiosidad- fue introducido en la Península Ibérica por los templarios.
Pero, sin duda, los elementos que más llaman la atención, aparte del misterioso atlante que actúa como centinela en el lado izquierdo del pórtico de entrada, sean las connotaciones simbólicas que conforman los detalles de las figuras de sus capiteles. Connotaciones que no pasan desapercibidas y que, comenzando a enumerarse desde el mismo pórtico de entrada, serían las siguientes:
- El primer capitel de la izquierda, aquél que representaría a varias personas en el interior de un caldero y que, junto con la figura del enigmático atlante, formarían dos de los elementos que más polémica y polvareda ha levantado entre historiadores e investigadores. En efecto, lo que para los primeros sería una referencia al martirio de San Pantaleón y otros mártires contemporáneos de éste, los segundos -entre ellos un auténtico especialista de la España mistérica, como es Juan García Atienza (1)- verían en él una reminiscencia del mito celta referido al Caldero de Dagda, también conocido como el Caldero de la Resurrección. Y para complicar aún más la cuestión, y dado que en ésta zona de las Merindades burgalesas se dan numerosas referencias al Grial, no estaría de más reseñar aquélla corriente de pensamiento que relaciona a éste con la línea sanguínea de Cristo y su posible descendencia; circunstancia que, unida al tema de la sangre, llevaría añadida conceptos implícitos como perpetuación, inmortalidad, renovación, etc. He aquí, pues, y bajo mi punto de vista, una interesante concomitancia simbólica.


-

- (1): Juan García Atienza: 'La rebelión del Grial', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1985.

Comentarios

Artemisa ha dicho que…
Uno se deleita con estas fotos.
realmente, un saludo!
juancar347 ha dicho que…
Cierto, constituyen el recuerdo de toda una aventura, así como una inolvidable experiencia. Muchas gracias por tu comentario, Artemisa. Saludos

Entradas populares de este blog

Una iglesia legendaria: Santa Eulalia de Abamia

Santa María de la Oliva: piedra, alquimia y simbolismo

Escanduso, iglesia de San Andrés: posiblemente la iglesia románica más pequeña del mundo