El embrujo del monte Naranco: Santa María y San Miguel de Lillo

Es imposible no dejarse subyugar por su embrujo, y poco importan las veces que uno haya subido a esa ladera del monte Naranco, siempre a la vista de la inmemorial e histórica Oviedo : Santa María y San Miguel de Lillo, son siempre una visita obligada.

Cuesta imaginarse un templo en ésta esplendorosa mole áurea de Santa María; sobre todo, cuando se sabe que no nació como tal, sino como palacio de uno de los reyes astures que más se involucró e influyó en el denominado Arte Asturiano: Ramiro I. Fueron tantos los templos que mandó levantar durante su breve reinado (842-850), que al hablar de los que todavía subsisten, nadie duda en referirse a ellos como de estilo ramirense.







Como éste otro pequeño poema de piedra y decadencia, situado a apenas doscientos metros escasos del anterior. San Miguel de Lillo o de Liño, venido abajo ya en el siglo XIII, que sólo muestra una ínfima parte de lo que realmente fue. La primera vez que lo vi, se asentaba, solitario e indolente, en un pradillo de prístina hierba verde. En la actualidad, ese pradillo ha sido removido y surcado de caminillos empedrados que semejan calzadas romanas, quizás en un fútil intento de dotarle de la apariencia externa que pudo haber tenido en su época de esplendor.

Y a los pies de ambos, mostrando estilos arcaicos y modernos, una ciudad, Oviedo, a la que investigaciones recientes consideran al menos cuatro siglos más antigua de lo que realmente se pensaba.



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