Románico Asturiano: San Vicente de Serrapio


Muchos son los elementos y las claves que, por una serie de avatares y circunstancias, entre las que no hay que descartar las diferentes restauraciones llevadas a cabo a lo largo del tiempo, se han perdido irremediablemente en este templo. Algunas, por el contrario, he de suponer que se han ocultado deliberadamente (1), sin que se sepa exactamente el por qué y mucho menos su destino actual; y no obstante, a pesar de todo, la iglesia de San Vicente de Serrapio aún conserva, más o menos intactos, los suficientes elementos simbólicos, como para hacer de ella uno de los enigmas más apasionantes del románico asturiano, independientemente de la opinión de algunos autores de que éste Arte se vea precisamente ensombrecido por la brillantez de otro Arte, anterior y hasta cierto punto único, cuyos exponentes son conocidos y admirados en el mundo entero: el prerrománico.

El lugar donde se ubica, en lo alto de los montes del concejo de Aller -su emplazamiento, comparativamente hablando, recuerda a aquél otro en el se que levanta la iglesia prerrománica de Santa Cristina de Lena- ya denotaba una especial atracción para los pueblos céltico-astures que lo habitaron, y posteriormente, también para los conquistadores romanos, que levantaron en ese preciso lugar un templo en honor a Júpiter. Esto queda de manifiesto, al menos en una de las numerosas piedras inscritas, incluída la fundacional (2), que a modo de piezas estrella de un pequeño museo escatológico, se conservan en la sacristía. Y es que San Vicente de Serrapio, como se demostró en las excavaciones previas que concluyeron con los trabajos de restauración, fue un auténtico osario de diferentes épocas y culturas.

Por otra parte, y echando mano, siquiera de un modo amateur de la etimología, si bien no hay nada, a simple vista, que relacione al templo con el santo de su advocación -a excepción de una estatuílla de época y muy deteriorada, posiblemente de los siglos XVII-XVIII- sí tenemos una posible clave, por ejemplo, en la desvirtuación de Serapis, vocablo de origen heleno con el que se conocía a uno de esos dioses de la Antigüedad que, como Jesucristo o como Mitra, morían y resucitaban: Osiris. A éste respecto, puede ser interesante añadir la abundancia en Asturias de nombres cuya raíz resulta sospechosamente egipcia: Tineo/Tinis; Nalón/Nilo/Amandi/Amenti...no siendo descabellado, como suponen algunos investigadores, que el vehículo introductor -al menos en lo relativo a ciertos cultos- fueran presicamente los legionarios romanos que conquistaron y se asentaron en esta tierra astur, aunque no descartando, tampoco, la posibilidad de la llegada de navegantes egipcios, como parece ser que queda constatada la presencia de griegos, fenicios, vikingos y normandos. A esto, habría que sumarle el tráfico de ideas proporcionado por la afluencia de peregrinos y canteros itinerantes, así como por la presencia, para defensa y asistencia de los primeros, de diversas órdenes militares.

De origen normando (3) podrían ser, así mismo, los curiosos capiteles, de gran calidad en su elaboración, que ilustran sendas columnas absidiales, donde se observan motivos poco corrientes en el románico peninsular, como es el de la sirena amamantando a su cría mientras un grifo le muerde a ésta la cola. Motivos que, por su forma y calidad, quizás tengan relación con aquellos otros que se localizan en el interior de la nave del templo de Santa María, en Villanueva de Teverga.

Posible reminiscencia de culto a los muertos o a los antepasados (4), podría ser sugerida, así mismo, para explicar la presencia de tres cráneos humanos situados encima de la pequeña pila de agua bendita situada en la fachada exterior del templo, cerca del pórtico de entrada, que fueron localizados durante los trabajos de restauración. Eso, por no mencionar, además, la curiosa cruz de piedra, de grandes proporciones que, situada por encima de dicho pórtico, muestra, entre otros detalles, un interesante poliskel -símbolo solar- en su centro.

Pero es en su interior donde encontramos, aparte de los capiteles mencionados, otros motivos, enigmaticos en su fondo, que merecen todo el interes. El primero de ellos, se refiere a la curiosa sala que antecede a la sacristía. Una sala decorada, por completo, con profusión de estrellas, cruces gamadas y cruces paté, y en una de cuyas paredes se localiza, pintada a gran escala, una cruz monxoi elevándose por encima de una pirámide. La pregunta sobre su función conlleva, inevitablemente, otras dos de difícil respuesta: en qué época fueron pintadas, y sobre todo, por quién.

Ahora bien, el tema principal, sin duda, reside en las pinturas que se localizan en el ábside y en las pequeñas capillas de los absidiolos. Románicas en origen, se vieron terriblemente alteradas en época indeterminada. No obstante, se puede apreciar la importante temática principal; una temática de índole netamente griálica. Temática y carácter que expondré en la próxima entrada, porque creo que tiene interés suficiente para tratarse con individualidad. Curiosamente, el resto de las pinturas -se supone que hubo una Santa Cena entre ellas, por desgracia, desaparecida- exponen personajes relevantes; pero, sospechosamente, ninguno de ellos hace referencia al santo bajo cuya advocación se encuentra la iglesia: San Vicente. Entre estos santos -curiosamente, de gran predilección templaria- tenemos, en la capilla de la Epístola, a San Juan Bautista, sosteniendo un cordero entre los brazos, y su dedo índice extendido (5), y a San Andrés, inconfundible portando su cruz en forma de aspa. En la capilla del Evangelio, se localizan dos santos gemelos -ojo al dato- y médicos por añadidura: San Cosme y San Damián.

También se constata la presencia de otro santo de interesantes connotaciones, cuando menos esotéricas, en su sentido de mutación y renovación: San Bartolomé.

No son pocos, pues, los detalles que sugieren el carácter especial de este templo, frente a los cuales, no puedo dejar de preguntarme cuántos otros, en el fondo, no se habrán perdido para siempre.




(1) Por ejemplo, un lienzo pintado con una curiosa cruz, que se situaba en el ábside central de la nave y se sabe de su existencia por una fotografía en blanco y negro del año 1960.

(2) Esta basílica fue fundada por un presbítero, llamado Gagio, en el mes de julio del año 944. Mellitus la construyó'. José Antonio González Blanco: 'Seguimiento de la restauración de la iglesia de San Vicente de Serrapio'.

(3) Otro ejemplo similar, se localiza en la catedral de Basilea, Suiza. Dato proporcionado también por D. José Antonio González Blanco, en el libro anteriormente citado.

(4) Recordemos, cuando menos, la costumbre celta de emparedar en los dinteles de sus casas, los cráneos de sus enemigos. Otra costumbre relacionada, que se localiza con especial relevancia en Asturias y en Galicia, es la de poner un cráneo -bien original, bien artificial- por encima de las pilas de agua bendita y un letrero que, más o menos, viene a decir: Mírate en el espejo.

(5) Tal y como en épocas posteriores fue representado por genios de la categoría de Leonardo Da Vinci.

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