Aguilar de Bureba: Santa María la Mayor
'Tocó el séptimo ángel. Y hubo grandes voces en el cielo que decían: el reino del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo. Él reinará por los siglos de los siglos' (1).
En las proximidades del Santuario de Santa Casilda, se localiza otro de los templos que merece especial atención dentro del apasionante mosaico románico característico de La Bureba. Se trata de la iglesia de Santa María la Mayor, situada en la pequeña población de Aguilar de Bureba. Dejando a un lado las especulaciones sobre si pudo o no haber pertenecido a la Orden del Temple en algún momento de su longeva historia, lo cierto es que este templo contiene elementos trascendentes que, de alguna manera, siquiera sea razonablemente intuitiva, inducen, no cabe duda, a la especulación. Cierto es, que su estado de conservación es tan deplorable, que ni siquiera las últimas restauraciones han conseguido aliviar esa imponente carga sobre sus ancestrales cimientos; una carga, que el tiempo, en este caso amigo y aliado de la frágil sensibilidad humana, ha incrementado a lo largo de los siglos, para hacer temer, a todo amante del Arte en general y del románico en particular, un próximo y triste final. Quizás la prueba más evidente, se localice en su ábside, que muestra resquebrajamientos que no auguran nada bueno y que, desde una visión, a la vez comparativa y romántica, semejan la caída del rayo sobre la inerme superficie bizantina.
Por otra parte, y si bien los canecillos que decoran éste muestran interesantes referencias simbólicas -donde no faltan el pez, el diablo, el león, el águila y la oca- la verdadera trascendencia, y de ahí la necesidad de conseguir el acceso, hay que buscarla, no cabe duda, en su interior. No es vana la cita del Apocalipsis de San Juan, si tenemos en cuenta, que el tema se localiza, posiblemente como figura estelar sobre la que gire el resto de representaciones, con el mensaje impactante de sus capiteles, en la figura del Caballero del Apocalipsis o Caballero Cygnatus (2) de la Antigua Religión. Representativo de que nada es inmutable y de que todo está sujeto al ciclo ineludible de la renovación, podemos ver en ese ser grotesco que se debate debajo de los cascos del caballo del guerrero triunfante, una más que probable alusión a la renovación cultual anunciada por la trompeta de ese séptimo ángel, en la que la nueva religión -la religión de Cristo, como dice el pasaje del Apocalipsis de Juan- ha de imperar sobre las antiguas creencias. Éstas, a grosso modo, quedarían representadas en el simbolismo de los motivos que decoran los siguientes capiteles, donde no es difícil encontrar numerosas referencias que señalan precisamente a esos cultos y que, podríamos suponer que acompañaron anímicamente a esos aguerridos colonos cántabro-astures que fueron abandonando la seguridad de sus montañas, estableciendo nuevas fronteras a medida que avanzaba esa sufrida y costosa aventura épica que fue la Reconquista.
Desde este punto de vista, no ha de resultarnos extraño, si en esos motivos, en esas referencias solares, donde no falta, tampoco, la presencia de un animal eminentemente sagrado, como es el toro o la vaca, encontramos paralelismos interesantes con otros lugares ancestrales de la Cornisa Cantábrica, como pudiera ser, por poner un ejemplo, esas cuasi idénticas alusiones que se localizan en los soberbios capiteles prerrománicos de la colegiata de San Pedro de Teverga, los cuales, de alguna manera, anticipan una coexistencia cultual que habría de romperse en siglos posteriores.
Otro dato de interés -aparte de la presencia de ese santo de advocación eminentemente templaria, que es la figura de San Isidro Labrador, presente, como imagen generalizada de veneración popular en profusión de templos- se localiza en su genuino cimborrio, de forma hexagonal, detalle ornamental que apenas se observa en otros templos de la región, y que le confiere, en tal sentido, un carácter poco menos que único.
En resumen, un templo que, aún a pesar de su estado, se recomienda visitar y tomar buena nota de su casuística y la multiplicidad de sus detalles.
Otro dato de interés -aparte de la presencia de ese santo de advocación eminentemente templaria, que es la figura de San Isidro Labrador, presente, como imagen generalizada de veneración popular en profusión de templos- se localiza en su genuino cimborrio, de forma hexagonal, detalle ornamental que apenas se observa en otros templos de la región, y que le confiere, en tal sentido, un carácter poco menos que único.
En resumen, un templo que, aún a pesar de su estado, se recomienda visitar y tomar buena nota de su casuística y la multiplicidad de sus detalles.
(1) Apocalipsis, 10,5.
(2) Para ampliar conocimientos sobre este tema, se recomienda la lectura del Capítulo VI del libro de Rafael Alarcón, 'La estirpe de Lucifer', Ediciones Robinbook, S.L., 2006.
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