Doroña: iglesia de Santa María


Variando un poco el rumbo, y situándonos en esa carretera general que une Betanzos con Pontedeume, Campolongo y Monfero, merece la pena detenerse en algunos lugares específicos, de los cuales y a pesar de las modificaciones que puedan altera su primigenia constitución, no deja de ser singular, entre algunos otros, este templo dedicado a la figura de Santa María, situado en la pequeña población de Doroña, la Doronia medieval, según se la cita en antiguos documentos. Un templo, cuando menos curioso, orientado, como generalmente lo estaban casi todos los de su estilo, de naciente a poniente; es decir, mirando hacia Palestina, de igual manera que los judíos orientaban los suyos hacia Jerusalén y los musulmanes, por su parte, hacia La Meca. De su antigüedad, y aunque quizás por su aspecto no lo parezca, ofrece testimonio un primer documento que, fechado a principios de agosto del año 953, menciona a dos personajes muy relevantes de la historiografía cristiana en el antiguo Reino de Galicia, como son el presbítero Ero –muy posiblemente aquél mismo San Ero que se recuerda en el monasterio pontevedrés de Armenteira y que protagonizó un episodio similar al del abad Virila en el monasterio navarro de Leire-, y San Rosendo –aquél otro que, aparte de fundar numerosos cenobios, refiere la leyenda que utilizaba para transportar los Libros Sagrados al lobo que se había comido a su burra, recuerdo que artísticamente se puede observar, por ejemplo, en la catedral de Orense, en un interesante retablo que se localiza en la capilla que lleva su nombre-, donde el primero le hacía a éste, así como a los canónigos de Caaveiro –tan suspicazmente enigmáticos, como aquellos otros de la Colegiata de Santa María la Real de Sar, en Compostela-, donación de la mitad del templo de Santa María de Doroña. De la documentación relativa al lugar –tanto al templo como al pueblo-, parece ser que no se vuelve a encontrar mención, hasta el año 1101, donde se constata, mediante un documento fechado el 24 de noviembre de dicho año, que un tal Zacarías Armentáriz dona al monasterio de Caaveiro su parte de una heredad –consistente en árboles frutales-, situada precisamente aquí, en Doroña. Pero Doroña, su templo y su entorno, también están ligados, significativamente, a una serie de singulares personajes: poderosos, como puede ser el caso de Fernán Pérez de Andrade, O Boo, cuyo magnífico sepulcro se encuentra en la iglesia de San Francisco de Betanzos, o intrigantes, como un notario, cuyo apellido –Eanes- pudiera entroncar con esa misteriosa rama familiar, que parece que tuvo algún tipo de arraigo especial en Noya, donde, a veces citada también como Oanes (1), se habla de una tal María, esposa de un no menos intrigante personaje, presumiblemente noyés –Ioan de Estivadas-, en cuyo magnífico sepulcro, sito en la singular iglesia de Santa María a Nova –famosa por haber sido, posiblemente algo más que un simple centro de reunión de los diferentes gremios de artesanos que dejaron allí sus huellas y símbolos, plasmados en la fría e impertérrita superficie de una apasionante colección de laudas-, se pueden observar también los símbolos que, aparte de aparecer, así mismo, en la mencionada iglesia de San Francisco de Betanzos –donde se ha dicho que se localiza el sepulcro del poderoso Fernán Pérez de Andrade, bajo cuyo mandato se levantaron los templos betanceiros de San Francisco y Santa María del Azogue y entre cuyas extensas propiedades, figuraba también Pontedeume, donde aún subsiste un torreón que lleva su nombre, de los Andrade-, hacen, igualmente referencia, cuando menos, e independientemente de su rico simbolismo, a una de las familias más antiguas de Galicia: los Becerra.



No obstante las reformas realizadas a lo largo de sus diferentes periodos históricos, incluidas algunas opiniones referentes a un posible derrumbamiento y reconstrucción iniciales, el templo de Santa María de Doroña, conserva cierta atractiva elegancia. También, como en los casos de San Salvador de Vilar de Donas (Lugo) y Santa María dasAreas de Fisterra, destaca el armazón que protege su portada principal, situada, como en los mencionados templos, al oeste. Una portada que, si bien sencilla, dentro de lo que cabe, muestra, en su tímpano, un elemento significativamente familiar: el Agnus Dei. Un Agnus Dei, entre cuyas peculiaridades figura, así mismo, la de humillarse sobre los cuartos delanteros y tener la cabeza girada, mirando igualmente hacia ese simbólico reino de los muertos o de los antepasados, situado al oeste, hacia Fisterra, allá donde los romanos y muchos otros pueblos de la Antigüedad levantaban sus altares –Ara Solis- y asistían ceremoniosamente a la muerte y renacimiento del sol. Los capiteles, distribuidos en número de dos, a ambos lados del pórtico, muestran posibles referencias a los antiguos cultos, mostrando curiosos personajillos entre la floresta, si bien aquí, como en los canecillos del ábside y ambos laterales, la acción del tiempo, quizás mucho más devastadora aun en los lugares situados en las cercanías de la costa, impide poder apreciarlos con determinante precisión. La parte inferior del tímpano, es decir, aquella que descansa sobre unas jambas protegidas quizás por lo que originalmente pudieron haber sido dos santos, muestra una inscripción que, dado que se encuentra al revés, puede dar a entender la posibilidad de un reutilizamiento posterior. Singulares son, así mismo, las numerosas sepulturas –independientemente de las modernas- que evidencian muchos, tal vez excesivos enterramientos anónimos.

En definitiva. tenemos en esta iglesia de Santa María de Doroña, un templo donde no faltan los detalles y singularidades, así como cierto aire de misterio -algunas cruces de tipo paté, como la que luce el Agnus Dei y otras coloreadas de rojo, así como otros detalles, inducen a plantearse algunas cuestiones-, hacen que una visita al lugar, se convierta en una interesante experiencia. Como dato final, comentar la existencia de una pradera junto a la iglesia y un antiguo crucero de piedra, que confirman el sitio donde los lugareños celebran sus romerías y fiestas patronales.

(1) No deja de ser interesante que, comparativamente hablando, es el mismo nombre que tenía el dios anfibio mesopotámico, que todos los días surgía de las aguas del Golfo Pérsico para instruir a los hombres, aunque se tiene constancia, también, de que los primeros sincretistas cristianos establecidos en Egipto, lo asociaban con la figura primordial del propio Juan (Ioan, Ionnes) el Bautista.

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