Arévalo: iglesia de San Martín


'Situada en la Plaza de la Villa, a escasos metros de la iglesia de Santa María la Mayor. Enfrente, hay una curiosa fuente, gótica y de planta octogonal, conocida como la Fuente de los Cuatro Caños, muy similar a la que se puede apreciar, así mismo, en los jardines del convento de San Antonio, en La Cabrera. Por detrás de la iglesia discurre la carretera del cementerio. No es visitable. Sin embargo, exteriormente, tiene sus singularidades: dispone de dos espléndidas torres y, por su galería porticada, donde todavía sobreviven algunos capiteles románicos, se podría considerar un híbrido de la piedra y el ladrillo. Aunque muy desgastados, algunos de esos capiteles podrían compararse con el vecino románico segoviano, donde se pueden citar, como ejemplo, los chivos afrontados, elaborados con un estilo muy similar al desplegado por los canteros que levantaron la iglesia de la Asunción, en Duratón, Sepúlveda. Siguiendo esa calle (Ignacio de Loyola), está la iglesia en ruinas y actualmente en rehabilitación, de San Nicolás, que fue de los jesuitas hasta su expulsión. Un poco más adelante, un espléndido mirador sobre la ribera del río Adaja'.
[Cuaderno de Notas del Caminante, Arévalo, 5 de diciembre de 2016]

Llama la atención, sobre todo, por esas dos magníficas torres que la confieren, comparativa y metafóricamente hablando, el aspecto de un bóvido hincado de rodillas en el burladero de una plaza, la de la Villa, donde comparte siglos de humillado silencio, junto a la elegante estampa de la iglesia de Santa María la Mayor. Es San Martín, no obstante, un curioso híbrido; un minotauro concebido por mediación de un inesperado pacto, en el que rudos canteros cristianos y hábiles alarifes musulmanes diríase que se pusieron de acuerdo para levantar un cubículo sacro que recogiera sin tapujos las maestrías de unos y otros. De ahí que nos sorprenda contemplar la piedra reducida a la máxima expresión estética, vegetando con igual melancolía con el barro dorado al sol, pero curtidos ambos con el sudor de frentes predestinadas a entenderse. Cierto es, además, que de esa galería porticada que caracteriza y embellece parte de la nave del lado sur, y a pesar de no conservar todos sus capiteles originales y los pocos que restan, no encontrarse en el mejor de los estados de conservación, un vistazo, sin embargo, trae a la memoria –o a la imaginación, si se prefiere-, el recuerdo de esas hordas de canteros que animados por el empuje impetuoso de una Reconquista que avanzaba a costa de grandes sacrificios, animada por el grito de Santiago y cierra España, abandonaron parte de su fatigosa itinerancia, para establecerse al amparo de las nuevas oportunidades que ofrecían villas y burgos en prometedora expansión. Puede que los canteros que elaboraron estos capiteles, de hecho familiares y donde los chivos afrontados desafiándose entre lianas puedan ser una buena pista –o esos otros, que parecen representar asnos tocando el arpa, tema que se localiza en el buque insignia del románico palentino, como es San Martín de Frómista-, fueran o vinieran, dejaran constancia o laboraran en Segovia; quizás, apurando un poco más, de los espléndidos talleres sepulvedanos que con su arte y su labor limaran las asperezas de los rudos eremitorios a la vera del Duratón y sus desérticas hoces.

Incomprensiblemente, la iglesia de San Martín no forma parte del circuito de iglesias visitables. En sus inmediaciones, se asientan los cimientos, actualmente en rehabilitación, de la iglesia de San Nicolás, que fuera de los jesuitas hasta su expulsión.


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