El psicológico encanto de los Bestiarios medievales
Algo definitivamente brillante debía de poseer el espíritu medieval, para que grandes psicólogos e ilustres literatos los tomaran como base para parte de sus estudios, en un caso y de sus elocuentes ficciones en el otro.
Cuando uno se planta frente a una iglesia medieval, lo primero que le llama la atención es la increíble profusión de criaturas extraordinarias que le observan fijamente desde la fría eternidad de la piedra que conforman sus capiteles y sus innumerables canecillos.
De ellos, el eminente psicólogo suizo C.G. Jung, afirmaba que había que tratarlos como a pacientes.
Y tenía mucha razón en su aseveración, porque esas representaciones, que a priori podemos considerar como absurdas e incluso ridículas, forman parte de esas fobias, de esos sentimientos y de esas angustias que todos llevamos dentro e incluso, en algunos casos, constituían, además, la clave para una farmacología de la época, digamos que ‘no apta para todos los públicos’.
Y algo especial tendría, vuelvo a insistir, cuando fue objeto de atención, estudio y obra de reyes del pensamiento moderno, como Jorge Luis Borges y Ferrer Lerín, quienes no dudaron en echar mano de sus antecedentes medievales, para crear los suyos propios.
¡Ah, la Sabiduría de aquellos anónimos canteros medievales, que agrupados en cerrados gremios de compañeros de los caminos, dejaban grabado en la piedra parte de un conocimiento verdaderamente ancestral y trascendental!.
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