La necrópolis medieval de Duruelo
Algunos kilómetros más allá de Vinuesa, verdadero corazón de
la llamada Tierra y Corte de Pinares, lindando ya con las tierras de Burgos,
hay pueblos de pintoresco aspecto, que, situados estratégicamente, comparten
todavía destellos de lo que muchos investigadores han denominado y no sin
razón, como la España Mágica.
La España de una Historia antigua, que, comenzando en aquellos tiempos en los que estos territorios eran un verdadero hábitat jurásico que hubiera hecho las delicias de Steven Spielberg, recoge los testimonios fragmentados de una Evolución, que, en su infinita sabiduría, fue dejando capítulos de diferentes estadios y periodos, cada uno de ellos a cuál más fascinante.
Icnitas que delatan la presencia de los gigantescos saurios; restos paleolíticos que continúan con las primeras sociedades de homínidos; necrópolis medievales, asentadas en el corazón de una tierra virgen; nacimiento de ríos, como el Arlanza, a cuyas riberas el faro de los primeros reinos y asentamientos cristianos se hicieron realidad.
Duruelo es uno de los últimos pueblos de Soria, que, asentado en un entorno envidiable, posee, en la necrópolis localizada a la vera de su vieja iglesia parroquial, un testimonio de primera mano sobre la vida y las costumbres de aquel oscuro periodo altomedieval.
Cierto es, no obstante, que la iglesia ha visto su estructura original muy modificada a lo largo de los siglos y en ella no es difícil adivinar la aceptación de normas y estilos arquitectónicos, que, rompiendo su pureza original y románica, la convirtieron en un curioso híbrido, que apenas deja entrever partes y elementos de su primitiva factura.
Pero tanto en la tierra como en la roca viva sobre la que se asientan los cimientos de su ábside o cabecera, el visitante tiene una inmejorable panorámica histórica de lo que fueron aquellos primeros cementerios cristianos y de cómo, después de todo, las iglesias eran el nexo indisoluble que unía dos mundos antagónicos: el terrenal y el espiritual.
De hecho, la costumbre de levantar cementerios junto a las iglesias, se mantuvo vigente hasta tiempos modernos, siendo, aproximadamente en los siglos XVIII y XIX, cuando las normativas urbanas, en previsión de plagas, optaron por levantarlos extramuros de las ciudades, costumbre que ha sobrevivido hasta nuestros días.
La necrópolis de Duruelo, como todas las necrópolis de su género, mantiene su costumbre o mejor dicho, su sentido espiritual, orientando las sepulturas hacia el este, es decir, no sólo en la dirección de la Ciudad Santa por antonomasia, Jerusalén, sino en la dirección donde nace el sol cada día, lo que para el hombre medieval, representaba, a nivel simbólico, la tan ansiada creencia en la resurrección.
Una pequeña, aunque certera lección de historia y simbolismo, que, desde luego, puede constituir uno de los numerosos atractivos turísticos de una zona, que, además, posee todas las ventajas de un entorno sobresaliente y la posibilidad de practicar docenas de rutas de senderismo, a cuál más fascinante y encantadora.
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