Cantabria Mágica: Ubierco, playa y ermita de Santa Justa
Afirma, ese inapreciable tesoro que es siempre la imaginería
popular, que el mundo es un pañuelo, en cuyos pliegues, todo tiene cabida y
nunca se sabe las sorpresas que te aguardan, metafóricamente hablando, detrás
de cualquiera de sus infinitas esquinas.
Dejando aparte el especulativo mundo de las metáforas y siguiendo siempre los sabios consejos de viajeros experimentados, como Rudyard Kipling y su inapreciable recomendación de descubrir ese mundo que tenemos ahí fuera, quiero invitarles, apenas recién comenzado el año, a viajar a ese pequeño paraíso del norte de España, que es Cantabria y descubrir algunos de esos lugares, que, por sus especiales características, pueden considerarse eminentemente mágicos, siempre y cuando entendamos el adjetivo de ‘mágico’, como descriptivo de un conjunto inapreciable de belleza, misterio, leyenda y tradición.
Y nada mejor para hacerlo, en la presente ocasión, que situarnos en las inmediaciones de uno de los pueblos más hermosos de España y a la vez, poseedor de los más sorprendentes tesoros artísticos, históricos y culturales del mundo, como son, por ejemplo, una de las cuatro maravillosas colegiatas románicas de Cantabria -la de Santa Juliana, extraña personalidad, de fuerte carácter y armas tomar, que, según la tradición, mantuvo en jaque al mismísimo Diablo- y una de las cuevas prehistóricas más espectaculares y reconocidas a nivel mundial, como es la famosa cueva de Altamira: Santillana del Mar.
No es de extrañar, pues, que, con estos antecedentes, los alrededores de Santillana del Mar sean el receptor ideal, para descubrir rincones, reconocidos no sólo por su natural encanto, sino, además, por contener elementos de interés, donde el misterio invita, no sólo a la ensoñación, sino también a la especulación, siendo uno de ellos -que espero les agrade y a su vez, les incite a visitarlo personalmente algún día- la playa y la ermita de Santa Justa.
De hecho, si partimos de Santillana del Mar, tomando la dirección de Ubierco, término municipal donde se ubica y distante unos insignificantes seis kilómetros, no tardaremos en encontrar un cartel indicativo, a nuestra izquierda, apenas pasado el pueblo, que, en apenas poco más de un kilómetro, nos llevará derechos a nuestro destino, que termina en un pequeño aparcamiento habilitado para visitantes, a escasos metros de un confortable restaurante, con una espléndida terraza incluida, desde donde ya podemos contemplar la hermosa cala -que semeja la herradura de un caballo- y en su extremo oriental derecho, apenas separada unos metros del mar, una curiosidad arquitectónica, que, una vez que nos acerquemos, nos deparará una inquietante sorpresa.
En efecto, lo que esos dos lienzos ocultan -uno frontal y otro lateral- y que impiden y a la vez posibilitan el acceso al sacro lugar, es lo que bien podríamos denominar como el primer modelo de hogar y a la vez de templo o de recinto sacro, de la humanidad: una cueva.
Una cueva, por otra parte, de la que se sabe que estuvo habitada, allá por el siglo VIII, por algunos ermitaños que huían de la invasión agarena de la Península Ibérica y que, como solía ser frecuente, rescataban las reliquias santas -en este caso, los cuerpos de Justa y su hermana Rufina, dos santas martirizadas, según la tradición- para su veneración y culto en lugar seguro, celebrándose, alrededor de ellas, las más ancestrales y floridas romerías, que conforman una parte esencial de ese folklore popular, pintoresco y vital, que, desde luego, merece la pena conocer.
Pero alrededor de este lugar, su acantilado y su cueva, circulan, además, numerosas leyendas, siendo, quizás, la principal, aquella que nos habla de una Xana o Anjana -ninfas de las aguas, muy populares a todo lo largo y ancho de la Cornisa Cantábrica- que, en este caso, en particular, realizaba acciones benéficas, ayudando, con su campanilla de oro y la brillante luz que despedía su cuerpo, a orientarse, por la noche, a los atrevidos marineros que surcaban estas peligrosas aguas.
En realidad, lo que la leyenda nos está relatando, con esa maravillosa visión popular, es que el lugar, como muchos otros semejantes, servía de culto a pueblos y civilizaciones anteriores a la llegada del Cristianismo y de como éste, ya desde los tiempos del famoso Agustín de Hipona -San Agustín- seguía las consignas papales del momento, encaminadas a destruir los ídolos paganos, pero conservando sus templos, con la idea de que, de esta manera, sería más fácil convencer a los resilientes a entrar en los templos de la nueva religión.
Dada su cercanía al mar, no es la primera vez que las aguas del intrépido Cantábrico se cuelan en el interior de la ermita, sobre todo, en momentos de pleamar o fuerte marejada, lo que supone, también, cierto riesgo de quedar atrapado, si bien, el culto apenas suele celebrarse en fechas conmemorativas muy particulares.
Además, por encima del acantilado, a cuyos pies se asienta la cueva sacralizada, se pueden ver, todavía, los tristes lienzos de una pequeña fortificación, que aún en siglos tan tardíos, como el XVI, no sólo servían de faro a los navegantes, valiéndose de antorchas, sino que, además, vigilaban las terribles incursiones de piratas, de la misma manera que sus antepasados lo hacían con las incursiones de los siempre temibles drakars vikingos que durante siglos asolaron estas espectaculares costas.
Pero lo más destacable, en el fondo, es el propio lugar: un lugar, desde luego, encantador y muy especial, sobre todo, para dejarse seducir sin condiciones y disfrutarlo, como sólo los sentidos lo saben hacer.
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