Olea y su preciosa ermita románica de San Miguel

 


Cantabria, no es sólo un paradisíaco rincón del espectacular Norte de España, favorecido por los privilegios de tener una exuberante naturaleza, donde los valles y los bosques se alternan con las espectaculares montañas y los fragmentados acantilados que abrazan, como una madre, las aguas de un legendario mar, como es el Cantábrico.


Cantabria es, además, la indiscutible poseedora de un arte, el románico, tan pródigo, que, simplemente, iniciar rutas para ir descubriéndolo, no sólo constituye una excitante aventura cultural, sino que, además, proporciona una visión mucho más amplia de una tierra, unos pueblos, unas gentes y unas costumbres, que bien merecen la pena descubrirse.


Tomando como base Reinosa, esa capital fronteriza con Palencia y las inconmensurables tierras de Campoo, que miran indecisas tanto hacia la Meseta castellana como hacia la Montaña Palentina, cuya continuación, no es otra que los inexpugnables Picos de Europa, nuestra ruta del románico cántabro, comienza en un pequeño pueblecito, de nombre Olea y en su pequeña ermita, que, dedicada a la figura del guerrero celestial por excelencia, al Arcángel San Miguel, nos indica, que, ya en el pasado, los antiguos cántabros rendían culto a otras deidades, a las que había que combatir y de hecho, sustituir, con la llegada de los evangelizadores cristianos.


Situado a unos ocho o diez kilómetros de Reinosa y apenas a un poco más de dos kilómetros de San Martín de Hoyos -pequeña población vecina, en la que nos detendremos más adelante, pues su románico y su belleza, bien merecen la pena también- Olea y su sencilla ermita medieval, son un remanso de tranquilidad, donde pareciera que el tiempo se hubiera detenido.


De pequeñas dimensiones y factura eminentemente rural, San Miguel de Olea es una de esas ermitas que cautivan, inmediatamente, por su sencillez. Siendo, como es, de una sola nave y descartados los motivos escultóricos que abundan y sobrecargan a la mayoría de los templos de su tiempo y estilo, no hay mejor lugar para encontrar esa paz interior, tan necesaria para el espíritu, que nos hace pensar que el mundo, cuanto más sencillo, más hermoso es y también, mucho más fácil de entender.


Precisamente ahí radica su encanto. A pesar de tener empotrado, en una esquina formada por el ábside, semicircular, como era tradición en este tipo de templos, y la nave, una curiosa y extraña escultura, que muestra a un personaje portando un báculo o un bastón, que nos remite, no sólo a cualquier santo venerado del Santoral cristiano o a un obispo -o en su versión simbólica, al pastor cuidando de sus ovejas- sino también, a esos pragmáticos y románticos personajes de los caminos, los peregrinos y esa búsqueda de la trascendencia, en los lugares más insospechados del mundo. Precisamente, como este pequeño pueblecito cántabro de Olea que hoy tengo el enorme placer de presentarles.


AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, así como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.


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